Templos Fósiles





¡Será que no se cansará de viajar! Comentaba la alegre madre, de aquel que partía, partía a otro de sus viajes por Europa. ¡Lo heredó de ti! ¡Es el espíritu aventurero de ti y de tu padre! Le respondía su esposo con canas y pequeños anteojos.

Y tal y como su madre lo dejaba entrever, aquel joven partía de nuevo, sin mucho equipaje, solo con su pelo, extravagante como tantos artistas, sus grandes anteojos, demasiado para su pequeña, pero barbuda cara, pero sin dejar jamás su indispensable cámara fotográfica.

¡Gracias a Dios! Dijo para sí, un tanto aliviado por haber llegado a la interesante nación europea, luego de un largo viaje que le había dado tiempo para soñar aun con lo que no había visto aun. Turistas, turistas y más turistas, ese era el panorama en la histórica plaza, mientras que el joven fotografiaba de todo, aun las aves, aquellas que cuales modelos posaban para la foto, pero no fueron las elegantes palomas ni las amplias calles empedradas las que llamaron la atención de aquel joven fotógrafo.

 De amplias entradas, grandes naves, y arquitectura barroca, así era la antigua e imponente catedral que llamaba la atención del fotógrafo, y sin necesidad de ser un gran conocedor de la mente humana, podías darte cuenta del asombro del joven fotógrafo al ver tan grande monumento.

 Y cual artista hipnotizado, camino hacia la parte delantera, de la gran catedral de siglos de historia, y como si los siglos fuesen segundos, y la realidad un estado del tiempo pasajero, la mente soñadora y el alma artística de aquel joven se conjugaron en un solo suspiro de imaginación, para llevarle a aquel lugar donde solo entran los artistas y los soñadores, los visionarios y los que saben leer entre líneas y recordar por medio de las piedras.

 En aquel antiguo podio, el joven pudo ver en la memoria de la historia, al recordar aquello que le mostraron sus ojos por medio de las letras ya leídas y las historias antes escuchadas pudo ver más allá. Pudo retroceder siglos y siglos atrás, pudo ver a un reformador predicando la verdad, mientras los presentes turistas se desvanecían en los ojos del joven soñador, iban al tiempo apareciendo los feligreses de siglos atrás, tomaba forma de iglesia aquella catedral que se había vuelto solo un fósil, apto para turistas.

 Viendo al pasado, aquel joven singular, pudo ver ese reformador que predicaba de aquel que resucitó y no lo hacía con la frivolidad con que captaban fotos los ahora presentes turistas.

 Era como si en las antiguas rocas de la antigua edificación aun sonasen las palabras del ardiente predicador diciendo “Cristo vive hoy como hace ya muchos años, no está muerto, El vive” así resonaban, cual tambor las antiguas piedras de la catedral a pesar de que su sonido solo se escuchaba en el corazón de aquel soñador.

 Al voltearse hacia los antiguos bancos, casi tan antiguos como el momento al que se había trasladado el joven, momento en el cual no veía a los visitantes admirar la grandeza de la edificación barroca, sino que veía en el pasado como los feligreses escuchaban con atención el mensaje del ardiente reformador, mensaje que hacia arder sus corazones, no ardían por tocar el antiguo vitral como los ojos de aquellos ahora presentes turistas, sus corazones ardían por el fuego que Cristo produce en el corazón.

 Al regresar a su tiempo y realidad, el joven extranjero veía desaparecer tan fácil como habían aparecido a los feligreses del tiempo pasado y al predicador de hace siglos atrás, al regresar a su tiempo, pero sin haberse movido del lugar, el corazón de artista pugnaba con la mente analítica del artista, y como calma después de la tormenta, el artista preguntó para sí ¿Qué pasó aquí?

 ¡Cristo vive hoy como hace ya muchos años, no está muerto, El vive! Esa era la frase redundante en la mente del pensativo joven, si Cristo no está muerto, y de eso daba constancia el joven artista, que sabia en carne propia y espíritu mismo, aquello que era capaz el hijo de Dios, aquel que como siempre lo expresaba aquel joven, era más que un hombre, más que un maestro, más que un carpintero, pero ¿Por qué su casa estaba fosilizada? ¿Por qué aquel se suponía debía estar ahí no estaba? ¿Por qué aquel a quien se suponía se dedicaba ese lugar no estaba presente allí?

 Preguntas buenas, para aquel lugar, pero aun mejores para ti y para mi, para mí que me parezco a ese templo fosilizado en el tiempo, para mí que una vez, pude escuchar en mi interior el latir de mi corazón decir “Cristo vive en mi”, y que hoy solo escucho los flashes de las cámaras, y las exclamaciones de los turistas decir “algo pasó aquí”.

 ¿Por qué? o ¿Cómo me convertí en un templo fósil? Solo yo lo sé, pero es más importante saber que no es el estado para el cual Dios me creó y me redimió, somos templos diseñados por el creador para que el habite en nosotros, y cualquier cosa que contribuya a que nos alejemos de él, debe simplemente ser eliminada, porque al alejarnos de Dios por cualquier razón (pretextos más bien), simplemente estamos contribuyendo a nuestra propia muerte, a nuestra propia fosilización.

 Somos fósiles, cuando nos alejamos de Dios. Cuando le seguimos de lejos. Cuando nuestros dones y talentos no sirven y no honran al creador.

 Somos fósiles cuando solo nos dedicamos a ver lo que Dios hace en otros, o a recordar lo que hizo en mí y olvidamos lo vivo y personal de la relación con Dios.


Somos fósiles cuando creamos pretextos para no seguir a Dios.

Somos fósiles cuando el primer lugar de mi vida no es para Dios.


Y si somos fósiles estamos muertos, y si somos templos fósiles, el Espíritu de Dios no está en mí y si no está, voy camino hacia la eterna condenación.


Es momento de acercarme y vivir para aquel que es el camino, la vida y la verdad, Jesús.

#Mánager

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